By CARLA APARICIO
¡Retumban los pasillos de la academia del falo! Cruje el cemento, que erguidas mantiene sus paredes, en lacerantes grietas. Abatidas ya las cercas que contienen terrenos de honra y lobotomía. Tercas semillas tendidas sobre tierra quemada en cada ocaso con un rezo. En el sigilo de la noche turbada se escabullen sollozos amargos, colmados del miedo a ser y de furtivos deseos… ¡Ay, que se cae! ¡Se cae! No hay alabanza que valga ni piedra angular que sostenga lo destinado a derrumbarse. No basta el fervor de los más excepcionales cadetes para detener la descomposición de aquello que ha muerto. ¡Volverán a ser de la tierra los cuerpos, del musgo los altares, de la hiedra todo vestigio de la estructura! El verdor, a su paso, se hará con todo objeto de devoción de aquellos que en su arrogancia a desafiarlo se atrevieron. En el viento vivirán los murmullos del poder incierto; en las quebradas, el sudor por la vana causa, y las lágrimas escondidas encontrarán su cauce…
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